- Los bosques inteligentes combinan datos, sensores y gestión adaptativa para reducir riesgos e impulsar la resiliencia.
- Proyectos como Soria ForestAdapt, ReTree y Metafor demuestran impacto medible en restauración, empleo y trazabilidad.
- IA, drones, SIG y biotecnología aceleran la reforestación, con vigilancia ética y colaboración público-privada.

En España, tras una temporada de incendios que ha batido registros, el concepto de ‘bosques inteligentes’ ha pasado de ser una idea prometedora a convertirse en una necesidad urgente. Hablamos de ecosistemas gestionados con datos, ciencia y trabajo humano para anticiparse a los riesgos, regenerar territorios degradados y hacerlos más resilientes frente al clima que ya está cambiando.
Más allá del titular llamativo, los bosques inteligentes requieren planificación, selección de especies, sensores, algoritmos y, por supuesto, manos expertas sobre el terreno. De Soria a Teruel, pasando por Valencia, Atenas o México, se multiplican los proyectos que combinan naturaleza y tecnología, mientras empresas y administraciones exploran nuevas formas de colaboración que impulsen la restauración ecológica y el desarrollo rural.
Qué es un bosque inteligente y por qué importa

Un bosque inteligente es un ecosistema donde la toma de decisiones se apoya en información de calidad y en una gestión adaptativa. Integra datos climáticos, del suelo, de la vegetación y del contexto social, para definir qué plantar, dónde hacerlo y cómo cuidar lo existente, con el objetivo de reducir riesgos (incendios, plagas, sequía), conservar biodiversidad y sostener una economía rural viva mediante prácticas como el uso de fitosanitarios agrícolas.
Un referente en España es Soria ForestAdapt, que opera en uno de los territorios más expuestos al cambio climático. Este proyecto desarrolla modelos predictivos y herramientas específicas para planificar medidas de adaptación sobre el terreno. Desde 2019 ha creado FITOCAL, que evalúa la fisionomía del paisaje y la composición de 18 especies dominantes, y FITOCLIM, un asistente para decidir intervenciones de manejo forestal con enfoque climático.
Además de los modelos, Soria ForestAdapt ha desplegado sensores alimentados por energía solar que miden humedad, temperatura y calidad del aire, y que detectan gases derivados de la combustión. La red emite alertas tempranas de posibles incendios y guía la respuesta, complementando los sistemas tradicionales de vigilancia. Gracias a esta combinación de datos y acción, se han impulsado medidas de adaptación en más de 200.000 hectáreas de montes públicos y se han incorporado 15.000 hectáreas adicionales a certificaciones forestales sostenibles como PEFC y FSC.
El auge de los bosques inteligentes llega en un contexto duro. Este verano, con 93 incendios declarados y cerca de 300.000 hectáreas quemadas en cinco comunidades, se ha evidenciado la necesidad de planificar con rigor la reforestación. Plantar por plantar no basta: hace falta diagnóstico, seguimiento y mantenimiento para asegurar supervivencia y crecimiento, y para reducir el coste de restauración a largo plazo.
A escala global, la FAO constata que la superficie forestal ha aumentado en Europa, Asia y Oceanía desde 1990 gracias a políticas de reforestación, mientras África y Sudamérica —dos pulmones del planeta— siguen perdiendo bosques a gran velocidad. La deforestación está impulsada por la agricultura, la urbanización y la explotación de recursos, agravada por los efectos del clima. En este escenario, la reforestación inteligente aporta eficacia, transparencia y resultados medibles.
Proyectos y tecnologías que lo hacen posible

En la Sierra del Rincón, el pequeño Robledillo de la Jara —apenas 140 habitantes— arrastra décadas de degradación del suelo por sequías, incendios y viejas plantaciones de centeno de la posguerra. Allí trabaja ReTree, una start-up española centrada en reforestación regenerativa y compensación de CO2 para empresas, que conecta acción climática con desarrollo rural: las compañías financian bosques que capturan carbono, y a la vez impulsan empleo y economía local.
Su propuesta diferencial es la medición. ReTree ha creado tecnología propia para monitorizar en tiempo real el crecimiento de los árboles y la absorción de carbono, con trazabilidad total. Controlan supervivencia, reponen marras (árboles que no arraigan) y aplican predicción climática para anticipar problemas. La estrategia, además, busca credibilidad en un ámbito donde abunda la desconfianza: no promueven ‘greenwashing’ y diseñan compensaciones alineadas con planes de reducción de emisiones.
En el llamado Valle de los Sueños, entre varios municipios cercanos al embalse de El Atazar —clave para el abastecimiento de la Comunidad de Madrid—, la empresa prioriza 150 hectáreas de terreno seco, pedregoso y empinado. Tras tres años de trabajo han empezado a recuperar pinos y robles, incorporando también cornicabra —no autóctona, pero bien adaptada al clima local—, con resultados visibles.
El impacto agregado ya no es anecdótico. ReTree ha plantado más de 130.000 árboles y actúa en Madrid, Almería, Teruel, Toledo, Valencia, Cáceres y Cantabria, con un proyecto en el Alentejo portugués que aspiran a consolidar en 2026. El 70% del suelo proviene de convenios públicos y el 30% de propietarios privados, proporción que quieren aumentar para ampliar alcance y replicabilidad.
A nivel empresarial, la firma cumple cinco años en febrero, mantiene capital 100% nacional y cuenta con 16 socios. Su CEO y fundador, Pedro Pérez de Ayala, concentra el 73%, con el resto distribuido entre business angels y empleados. La facturación ha pasado de 439.407 euros en 2023 a 1,05 millones en 2024, y proyecta 1,67 millones en 2025, en paralelo al impulso del mercado voluntario de CO2 y la digitalización de procesos. También han duplicado su equipo hasta 14 personas y coordinan a más de 100 trabajadores locales que suman más de 30.000 horas al año en plantación y cuidados.
En cuanto a alianzas, ReTree colabora con más de 80 compañías —entre ellas Mahou San Miguel, Decathlon, Santander, Sanitas, Capital Energy, NH Hotels o Sputnik— y más del 90% repite o amplía su participación. Los próximos hitos incluyen certificar internacionalmente su software y comercializar su tecnología, con la vista puesta en convertirse en el sistema de referencia en Europa para monitorización forestal y restauración de ecosistemas, transformando tierras degradadas en sumideros de carbono medibles y certificables.
La dimensión humana se cuida tanto como la digital. En el Bosque Prosegur, uno de sus proyectos, la herramienta de ReTree permite consultar en línea y en tiempo real la absorción de CO2 y el empleo rural generado. Ese vínculo prolongado con los árboles involucra a los empleados y evita que la reforestación sea un gesto puntual. El diseño de cada bosque arranca escuchando a vecinos, viveros y administraciones locales, integrando su conocimiento con modelos y mapas, y reforzando la colaboración público-privada.
Un caso emblemático de restauración está en Perales del Alfambra (Teruel). Aquellos montes quedaron arrasados por la acción humana y no se regeneraron de forma natural por el clima extremo. Hoy, gracias a la cooperación entre ReTree, Prosegur y las administraciones, comienza un nuevo ciclo con criterios de adaptación y seguimiento permanente.
Más allá de España, hay experiencias que abren camino. En Atenas, el proyecto Smart Forest arrancó en 2025 en el monte Aigaleo, con sensores térmicos e inteligencia artificial para prevenir incendios, y ha sido reconocido con un premio de oro en los Best City Awards 2025. En Australia, ReForest Now ha restaurado más de 1.000 hectáreas del Big Scrub y plantado más de 400.000 árboles, combinando drones y plataformas de datos. Y en México, el Bosque de Chapultepec Inteligente —iniciado en 2019 por el artista Gabriel Orozco— aplica principios de permacultura y monitoreo ambiental, con un Bioblitz anual que ya ha documentado más de 500 especies para orientar la gestión.
Ese despliegue tecnológico no sustituye el criterio humano. Los sensores, los drones y los algoritmos son herramientas, no fines: ayudan a anticipar riesgos, vigilar salud del bosque y medir impactos, pero su eficacia depende de decisiones informadas, presencia en campo y aprendizaje continuo con las comunidades locales.
La reforestación inteligente se apoya en varias palancas. Una de las más visibles es la aeronáutica no tripulada. Los drones equipados con GPS y cámaras permiten evaluar terrenos, acceder a zonas difíciles y plantar semillas a un ritmo industrial. BioCarbon Engineering, por ejemplo, trabaja con semillas pre-germinadas y afirma poder plantar hasta mil millones de árboles, verificando después la evolución con vuelos de seguimiento. En esta línea, la española CO2 Revolution ha llevado su enfoque de Big Data y ‘semillas inteligentes’ a proyectos en España, Francia, Perú y Honduras, con Juan Carlos Sesma como impulsor.
La inteligencia artificial añade una capa crítica. Con algoritmos que combinan imágenes satelitales, clima, suelo y biodiversidad, se detectan cambios en la masa forestal y se emiten alertas tempranas por deforestación o humo. La IA también optimiza dónde y qué plantar, y ayuda a monitorizar supervivencia y crecimiento, facilitando ajustes en la gestión para mejorar las tasas de éxito y reducir costes.
La biotecnología ambiental ofrece herramientas de apoyo cuando las condiciones se vuelven extremas. En Estados Unidos, ArborGen ha desarrollado pinos con crecimiento más rápido y mayor resistencia a enfermedades, que se emplean tanto en reforestación como en producción sostenible de madera. También se avanza en clonación de especies amenazadas para su reintroducción, siempre con la cautela de evaluar impactos a largo plazo y respetar principios éticos en cada proyecto.
En la Comunidad Valenciana, el instituto tecnológico Aidimme lidera Metafor —un proyecto apoyado por Feder a través de Ivace+i— para impulsar un modelo de aprovechamiento del Pinus halepensis que armonice economía y cuidado del monte. Su primer paso es crear una base de datos forestal viva, comarcalizada y siempre actualizada, a partir de la cual modelizar parámetros clave como cantidad y calidad de madera, accesibilidad y posibilidades de explotación, apoyándose en Sistemas de Información Geográfica (SIG) para ganar precisión.
Metafor recupera resultados de iniciativas previas (Woodforest Satellite, Woodbysat y Modelmad) para seleccionar datos útiles y construir una base potente que cubra distintas regiones de Valencia. El objetivo es desarrollar un modelo innovador para caracterizar los montes en calidad de madera y opciones de uso, validarlo en campo, laboratorio y oficina, y, finalmente, elaborar planes de gestión forestal que incentiven el uso de madera de kilómetro cero con beneficios ambientales y económicos: biodiversidad, menos incendios, empleo local y economía circular.
El proyecto incluirá un visor web con cartografía SIG, pensado como referencia para gestores y empresas del sector. La meta es clara: promocionar el Pinus halepensis valenciano —más de medio millón de hectáreas en la región— y transferir resultados a las compañías madereras, con datos que respalden decisiones y faciliten una cadena de valor sostenible.
La digitalización de la gestión forestal conlleva también preguntas sobre privacidad y uso de datos, especialmente en portales públicos. En este sentido, conviene recordar prácticas como las del Ministerio para la Transición Ecológica y el Reto Demográfico (MITECO), que emplea cookies estrictamente necesarias para el funcionamiento del sitio y analíticas para mejorar servicios, mediante herramientas como Adobe Analytics. El usuario puede aceptar o rechazar cookies no esenciales y se emplea un cookie técnico propio para gestionar ese consentimiento; además, al integrar contenidos de redes sociales como X, se pueden generar cookies vinculadas a sesiones activas del usuario. Este tipo de políticas —con categorías como técnicas, preferencia, analíticas, publicitarias y de publicidad comportamental— son relevantes cuando la transparencia digital acompaña a la transparencia climática.
Otra iniciativa de interés académico y divulgativo es Smart Forests, un proyecto con sede en el Departamento de Sociología de la Universidad de Cambridge, financiado por el Consejo Europeo de Investigación. Entre sus materiales destaca Smart Forests Atlas, que publica contenidos abiertos (CC BY-NC-SA 4.0), entre ellos episodios radiofónicos que abordan la multiplicidad del bosque desde enfoques tecnológicos, sociales y ambientales, ampliando el debate más allá de la ingeniería y la silvicultura.
Por último, cabe mencionar el papel de los modelos de inteligencia artificial para clasificar y presentar información temática en proyectos públicos. Algunos repositorios institucionales han organizado sus especialidades mediante IA, como resultado de iniciativas de digitalización (por ejemplo, el Proyecto Hércules), lo que evidencia cómo la capa de datos se entrelaza con la gestión y la comunicación de la restauración ecológica.
Visto el mosaico de experiencias, hay elementos comunes que se repiten: planificación adaptativa, trazabilidad de cada intervención, alianzas entre administraciones, empresas y comunidades locales, y tecnología con criterio. La clave está en unir la inteligencia natural del ecosistema con herramientas modernas que hagan medible lo que antes era invisible: supervivencia, captura de CO2, riesgos de incendio, calidad del hábitat y retornos socioeconómicos a medio plazo. Solo así los bosques inteligentes pasan de promesa a realidad tangible en el territorio.
