- Assembloides de USC combinan nefronas y conductos colectores, maduran in vivo y muestran funciones renales medibles.
- Modelan patologías complejas como la poliquistosis (PKD2) con quistes, inflamación y fibrosis en ratón.
- El riñón bioartificial de UCSF integra filtros nanoescala (BioCartridge) y biorreactor tubular (HemoCartridge) impulsados por la presión arterial.
- Persisten retos clave: viabilidad celular, inmunoprotección, balance hídrico/energético y complejidad de la nefrona.

La posibilidad de fabricar riñones sintéticos ya no suena a ciencia ficción lejana: en los últimos meses, varios equipos han presentado avances que acercan ese sueño a la clínica. Entre ellos destaca el trabajo de USC Stem Cell, que ha logrado estructuras renales más maduras y funcionales que nunca, y el desarrollo de un riñón bioartificial implantable impulsado por la presión arterial del propio paciente. Para millones de personas con enfermedad renal crónica, esto abre una ventana de esperanza tangible.
Ahora bien, conviene aterrizar la expectativa con rigor: el trasplante sigue siendo hoy la única cura para la enfermedad renal terminal, y la diálisis continúa siendo el salvavidas cotidiano. Aun así, la combinación de organoides avanzados llamados «assembloides» y de dispositivos bioartificiales en miniatura sugiere una hoja de ruta realista. Con datos en la mano, hablamos de una dolencia que afecta a uno de cada siete adultos, con más de 100.000 personas en Estados Unidos aguardando un riñón y, en España, miles de trasplantes anuales y casi cuatro mil pacientes en lista de espera.
Qué es un riñón sintético y por qué es tan complejo replicarlo
El riñón es, tras el cerebro, uno de los órganos más complejos del cuerpo. Filtra la sangre, elimina desechos, regula agua y sales, secreta hormonas y mantiene el equilibrio interno. Para lograrlo, alberga una arquitectura microscópica extraordinariamente intrincada: millones de nefronas, glomérulos y una red de túbulos y conductos colectores que cooperan como un reloj suizo. Recrear esa microanatomía en el laboratorio es una tarea de una sofisticación descomunal.
En los últimos años se han generado organoides renales a partir de células madre, empujando a las células a diferenciarse para imitar etapas del desarrollo renal. Algunos prototipos lograron formar nefronas y túbulos colectores, e incluso, ya implantados en animales, producir orina muy diluida. El problema es que, en general, estos organoides se quedaban en fases embrionarias tempranas, insuficientes para modelar con fidelidad la fisiología adulta o para pensar en terapias sustitutivas.
Parte del reto está en combinar en el momento justo y en la proporción adecuada señales bioquímicas que guíen a las células a autoorganizarse. Otra parte está en lograr que, una vez creadas esas estructuras, se conecten de manera funcional al sistema vascular. Sin riego sanguíneo eficaz, no hay filtración ni maduración tisular.
Con esta base, el avance reciente de la Universidad del Sur de California ha consistido en dar un salto de calidad tanto en la receta del cultivo como en la integración de los componentes anatómicos fundamentales. El resultado: miniórganos con mayor complejidad y comportamientos funcionales medibles.

Del organoide al assembloide: el salto de USC Stem Cell
El equipo liderado por expertos en células madre de la Keck School of Medicine of USC ya había conseguido, en intentos previos, organoides que imitaban dos piezas clave por separado: por un lado, nefronas (la unidad de filtrado) y, por otro, conductos colectores (los que concentran la orina). La novedad ha sido combinar ambos bloques en ensamblajes integrados a los que llaman «assembloides».
Para llegar ahí, compararon mezclas químicas en el medio de cultivo que guiaran mejor la diferenciación y maduración celular. Una de esas «recetas» resultó la más adecuada, dando lugar a estructuras tubulares más complejas y definidas que las vistas hasta la fecha. El salto cualitativo no fue solo morfológico: también funcional.
Tras el cultivo en placa, los assembloides murinos y humanos se trasplantaron a ratones vivos. En ese entorno fisiológico, maduraron todavía más, desarrollando tejido conectivo y vasos sanguíneos propios. Las mediciones mostraron funciones renales clave: filtración de sangre, captación de albúmina, producción de hormonas renales y signos tempranos de generación de orina.
Los assembloides de ratón alcanzaron una madurez comparable a la de un riñón neonatal murino, según la actividad genética y otros marcadores. En humanos, también se superó la etapa embrionaria, si bien resulta difícil fijar el nivel exacto al faltar muestras de riñón humano recién nacido para comparar. En palabras del investigador principal, la clave está en dejar que las células progenitoras renales se autoorganicen en el entorno corporal, donde «la biología hace su magia».
Ni que decir tiene que estos resultados se publicaron en Cell Stem Cell y han llamado la atención de medios especializados. De hecho, el trabajo ha sido ampliamente recogido por prensa internacional, reflejando la idea de que estamos ante una herramienta experimental revolucionaria para estudiar la enfermedad renal y, a largo plazo, cimentar el desarrollo de riñones sintéticos funcionales.

Modelos de enfermedad de alta fidelidad: poliquistosis y más allá
Un punto muy potente de estos assembloides es su uso como modelos de patología humana. El equipo generó versiones humanas con una alteración en el gen PKD2, responsable de la enfermedad renal poliquística autosómica dominante. Tras implantarlos en ratón, los «riñones enfermos» desarrollaron grandes quistes y mostraron rasgos patológicos complejos, como inflamación y fibrosis.
Hasta ahora, ese nivel de complejidad no se había reproducido con fidelidad en modelos de laboratorio. Contar con una plataforma que capture la arquitectura y la fisiología necesarias no solo ayudará a entender la biología de la enfermedad, sino también a probar moléculas, comprobar toxicidades y seleccionar terapias con criterios más predictivos que los disponibles.
Para el campo nefrológico, disponer de organoides/assembloides que simulan funciones reales del riñón es un cambio de reglas: representa el paso de modelos «infantiles» a sistemas con rasgos posnatales. Y eso se nota en la calidad de las preguntas que uno puede hacerse en el laboratorio.
Cómo está diseñado un riñón bioartificial implantable
En paralelo a los miniórganos de laboratorio, un consorcio multidisciplinar liderado desde la Universidad de California en San Francisco (UCSF) trabaja en un dispositivo implantable que imite las funciones principales del riñón. La idea se apoya en procesos de fabricación de la industria de semiconductores para crear un equipo del tamaño aproximado de una taza de café, con dos componentes principales.
Primero, un cartucho de filtros a nanoescala o «BioCartridge», encargado de retirar toxinas y solutos de la sangre con una selectividad muy fina. Segundo, un «HemoCartridge», que actúa como biorreactor lleno de células de los túbulos renales diseñadas para replicar funciones de metabolismo y equilibrio de agua y sales. Ambos bloques trabajan en serie para conseguir filtración y reabsorción en un circuito que utiliza la presión arterial del propio paciente, sin bombas externas.
Este enfoque se beneficia de la nanotecnología y de la ingeniería de tejidos para miniaturizar y estabilizar el sistema dentro del cuerpo. A ojos de sus promotores, podría ser el primer dispositivo trasplantable que reduzca la dependencia de la diálisis y acorte la lista de espera de trasplantes. El equipo, dirigido por el Dr. Shuvo Roy, ha mostrado pruebas de concepto que apuntan a la viabilidad del diseño.
Ventajas adicionales para pacientes renales
Sobre el papel, un riñón bioartificial implantable puede mejorar supervivencia y calidad de vida, al ofrecer una función renal más continua que la diálisis intermitente. También podría minimizar hospitalizaciones y complicaciones asociadas a tratamientos actuales, además de aliviar costes sanitarios muy elevados en nefrología.
Para quienes afrontan años de múltiples sesiones semanales de diálisis, la alternativa de un dispositivo que funcione «con uno mismo», sin bombas ni sistemas externos voluminosos, suena a alivio práctico. Menos restricciones de movilidad y mejor integración en la vida diaria son objetivos expuestos de este diseño.
Retos técnicos y conceptuales que quedan por resolver
La bioingeniería renal no está exenta de obstáculos. Uno de los mayores es mantener vivas y funcionales las células tubulares dentro de un dispositivo implantado, protegiéndolas del sistema inmunitario sin bloquear su función. La geometría tubular debe permanecer intacta para sostener los gradientes y la reabsorción. Sin arquitectura no hay fisiología posible.
Otro reto es el balance hídrico y energético. La diálisis extracorpórea puede llegar a utilizar hasta 200 litros de agua en cuatro horas; dentro del cuerpo, el dispositivo sólo contaría con el aporte hídrico de la bebida habitual de la persona. Además, la potencia de «bombeo» disponible es únicamente la presión arterial, lo que obliga a optimizar resistencias, membranas y flujos a un nivel extremo.
Por último, hay que crear un «la nefrona» de ingeniería con suficiente complejidad y organización para equilibrar secreción, reabsorción y concentración, entregando un filtrado con volumen y composición adecuados. Todo ello debe lograrse con materiales y células que soporten el paso del tiempo en condiciones fisiológicas. La durabilidad no es un capricho, sino una condición crítica.
En el frente de los assembloides, el desafío se parece pero desde el lado biológico: mejorar la madurez tisular hasta niveles posnatales humanos, estandarizar protocolos y garantizar seguridad antes de considerar cualquier aplicación terapéutica. A día de hoy, su papel más sólido está en la investigación de enfermedades y fármacos.
Bioingeniería: el andamiaje del futuro renal
La ingeniería biomédica combina materiales naturales y sintéticos para crear andamiajes donde colocar células en capas según un orden preciso. En nefrología, eso implica reproducir micropatrones que simulen el diafragma de hendidura glomerular y túbulos con polaridad correcta. El objetivo es que las células se «comporten» como en el riñón real. Fuera del cuerpo, la placa o el microchip son el escenario de pruebas ideal.
Hoy existen estrategias en desarrollo para crear dispositivos con funciones renales similares a las naturales. De prosperar, podrían sustituir, con otra filosofía, las terapias convencionales. Pero cada paso exige validar que el sistema mantiene intercambio molecular, respuesta hormonal y homeostasis a lo largo del tiempo, sin deterioro inesperado.
Impacto clínico y cifras clave
La urgencia asistencial está fuera de duda. Se estima que una de cada siete personas adultas padece algún grado de enfermedad renal. En Estados Unidos, más de 100.000 pacientes esperan un trasplante de riñón. En España, según la Organización Nacional de Trasplantes, el último año se efectuaron 6.464 trasplantes renales y, a 1 de enero de 2024, 3.977 personas seguían en lista de espera.
Ante esta presión, avanzar «por dos carriles» tiene todo el sentido: miniórganos para entender y tratar mejor la enfermedad y dispositivos implantables para ofrecer sustitución renal más cómoda y eficiente. Ambos caminos se retroalimentan: lo aprendido con assembloides informa el diseño de biorreactores, y la ingeniería de filtros inspira mejoras en cultivo y maduración celular. La colaboración es el ingrediente que puede acelerar lo que, de otro modo, tardaría años.
¿Cómo se logra que estos miniórganos funcionen?
El truco está en respetar los programas de desarrollo que siguen las células en el embrión, pero ajustándolos con factores de crecimiento, tiempos de exposición y condiciones de cultivo. Cuando el ensamblaje está listo, el trasplante en un animal sirve como «acelerador» biológico: los vasos se forman, el tejido se repara y aparecen funciones medibles que en placa no siempre emergen.
Por eso el avance del grupo de USC resulta especialmente interesante: han demostrado que, al combinar nefronas y conductos colectores, el conjunto no solo parece más completo, sino que responde mejor a lo que esperaríamos de un riñón joven. Si a esto le sumamos la capacidad de modelar patologías humanas complejas, la plataforma gana un valor translacional claro. Se investiga mejor cuando el modelo se aproxima al órgano real.
Otras vías de investigación y el papel de la divulgación
No todo ocurre en un único laboratorio. En paralelo, equipos internacionales prueban medios de cultivo alternativos, nuevas membranas para diálisis de alta selectividad y estrategias de edición genética para corregir defectos en células renales antes de implantarlas. Cada avance se va documentando en revistas como Cell Stem Cell y en medios especializados, lo que ayuda a que la comunidad clínica siga de cerca lo que realmente está listo y lo que aún requiere recorrido.
La cobertura de agencias y publicaciones tecnológicas ha sido clave para visibilizar que estamos ante hitos sucesivos, no ante un «milagro» instantáneo. Esa expectativa ajustada es sana: permite celebrar logros como los assembloides funcionales y el diseño del riñón implantable sin perder de vista que la integración plena en humanos exige más evidencias y tiempo.
Si algo deja claro el panorama actual es que la construcción de riñones sintéticos se está abordando desde dos frentes complementarios: biología de células madre y microingeniería inspirada en la electrónica. La confluencia de ambos, con pruebas en modelos animales, es lo que está empujando la frontera. Y, por primera vez, se están viendo respuestas que recuerdan de verdad al órgano que buscamos imitar.
Con todo lo anterior sobre la mesa, la sensación es que la meta se ve más cerca porque el camino está mejor definido: assembloides que filtran, absorben y secretan marcadores renales, y dispositivos que separan toxinas con filtros de nanometría y devuelven a la sangre lo que el organismo necesita. Falta por recorrer el tramo de seguridad, durabilidad y escalado, pero ya hay un mapa razonable para hacerlo. Quien vive con insuficiencia renal necesita justo eso: soluciones concretas en las que confiar.