- Las algas del Mar Menor se convierten en sustrato para setas y fuente de compuestos alimentarios mediante tecnologías sostenibles.
- Los extractos y residuos se aprovechan como bioestimulantes, enmiendas y para producir biometano por digestión anaerobia.
- Consorcio UAM, CTICH, CIEMAT e IMIDA; pilotos en La Rioja y Campo de Cartagena y premio Mares Circulares.

En el sureste peninsular se está gestando una idea que suena a ciencia aplicada y a economía circular a partes iguales: convertir las algas que se amontonan en la orilla del Mar Menor en sustrato para cultivar hongos comestibles, además de extraer de ese mismo material compuestos útiles para la industria alimentaria, la agricultura y la energía. No es una ocurrencia pasajera, sino un enfoque integral que quiere dar la vuelta a un problema ambiental serio para transformarlo en nuevas cadenas de valor.
La iniciativa que está marcando el paso se llama Algarikón, y llega después de precedentes como Ruguplas, que apostó por transformar algas acumuladas cerca del Estrecho de Gibraltar en bioplásticos para la pesca. Algarikón pone el foco en el Mar Menor y su eutrofización y propone un método secuencial: primero las algas se emplean para cultivar setas; luego, esos residuos se aprovechan para extraer ingredientes de interés alimentario; más tarde se testean como bioestimulantes y enmiendas; y, finalmente, se valoriza lo que queda para producir metano vía digestión anaerobia.
Qué es Algarikón y quién está detrás

El nombre del proyecto une dos raíces: «alga» y «agarikon». Esta última procede del término griego asociado a los agari, una tribu célebre por su conocimiento de plantas medicinales, y da pie al nombre científico del champiñón común, Agaricus bisporus. Con ese guiño histórico, la propuesta actual se plantea usar a los hongos comestibles como aliados para bajar el impacto de los arribazones que llegan a la orilla del Mar Menor.
La coordinación recae en la Universidad Autónoma de Madrid (UAM), con la investigadora Cristina Soler al frente, y cuenta con un consorcio técnico de primer nivel: el Centro Tecnológico de Investigación del Champiñón (CTICH) en La Rioja, el CIEMAT en Madrid y el IMIDA en Murcia. Además, varias empresas murcianas aportan músculo local para transferir resultados desde el laboratorio hacia pilotos y, más tarde, al mercado.
Desde el ámbito regional, el IMIDA ha defendido el encaje del proyecto en la agricultura de la zona. Su director, Andrés Martínez Bastida, remarcó que el Mar Menor acumula retos ambientales, pero que con ciencia e investigación se pueden resolver. Según detalló, se han alcanzado cinco grandes resultados y, de ellos, al menos tres conectan de lleno con el sector agrario: un sustrato para champiñón ya con recorrido en La Rioja, un sustrato pensado para horticultura en invernadero (con la lechuga como planta modelo) y un enfoque para mejorar suelos con enmiendas orgánicas.
El esfuerzo está financiado con fondos del Ministerio de Ciencia e Innovación y la Unión Europea. Actualmente se buscan recursos para escalar la tecnología fuera del laboratorio y consolidar la viabilidad comercial. Paralelamente, ha surgido la empresa murciana Algarikon Mar Menor con su proyecto Algarikon Zero, que comparte la misma visión y explora también la producción de biometano usando lodos de la laguna como iniciadores de procesos anaerobios.
Cómo transforman las algas en setas y más

El proceso arranca con la recolección de los arribazones en las orillas. Tras una preparación adecuada, esas algas se utilizan como sustrato para el crecimiento de hongos comestibles. En pruebas tempranas realizadas en 2021, una muestra de algas degradadas inoculada en micelio de distintas especies mostró que los hongos no solo colonizaban el material, sino que además generaban primordios, el paso previo a la aparición de setas.
Antes y después del cultivo fúngico, los residuos se someten a extracciones para obtener ingredientes con valor alimentario. Aquí entran en juego aditivos, suplementos, compuestos saborizantes, ácidos grasos poliinsaturados (PUFAs), polisacáridos y enzimas, entre otros. Todo ello se aborda con tecnologías respetuosas con el medio ambiente, buscando maximizar el rendimiento sin penalizar la sostenibilidad del proceso.
Una vez se extraen esos compuestos, los equipos evalúan los extractos como bioestimuladores y biofertilizantes de plantas. También se estudia su aplicación como enmiendas orgánicas para suelos contaminados, abriendo vías para la regeneración de zonas afectadas por metales pesados u otros contaminantes. Esta fase conecta con la experimentación en invernaderos, donde las lechugas sirven como cultivo modelo para medir efecto en desarrollo radicular, vigor y rendimiento.
El ciclo se cierra con la digestión anaeróbica de la fracción orgánica remanente para generar metano, un biogás con potencial energético. La eficiencia del proceso se cuantifica para determinar su viabilidad técnica y económica. Además, el digestato resultante de esa metanización tiene una segunda vida: se está evaluando su reintroducción como complemento en nuevos cultivos de setas y como biofertilizante en lechuga, cerrando de verdad el círculo de aprovechamiento.
Dentro de ese enfoque práctico, el CTICH ha ayudado a validar el uso del sustrato con champiñón en La Rioja, un hub histórico del cultivo de Agaricus bisporus en España. En paralelo, el IMIDA avanza pruebas orientadas a la horticultura del Campo de Cartagena, una de las zonas donde un sustrato alternativo y sostenible puede marcar la diferencia.
Por qué se acumulan más algas en la costa
El fenómeno del arribazón es natural: oleajes y temporales arrastran a la costa grandes cantidades de algas y plantas marinas. Estos aportes ayudan a defender la playa de la erosión, participan en la formación de dunas y proporcionan refugio y alimento a múltiples especies. En condiciones normales, el sistema lo asimila y recicla sin mayor problema.
El desequilibrio llega cuando entra en juego la eutrofización. El exceso de nutrientes procedente de fertilizantes agrícolas y vertidos urbanos dispara el crecimiento de algas marinas, incluidas especies tóxicas o invasoras. Si a eso le sumamos el calentamiento del agua, con temperaturas por encima de los 20 °C durante más tiempo, se abre la puerta a floraciones más tempranas, intensas y persistentes.
En el Mar Menor, el desajuste ecológico ha cristalizado en episodios como la conocida «sopa verde». En los últimos años ha proliferado Caulerpa y otras algas que compiten con la flora autóctona. El volumen recogido en algunas campañas ha obligado a la administración regional a retirar y gestionar hasta siete toneladas diarias, con el consiguiente coste económico y logístico.
La acumulación masiva en la orilla no solo es un reto para el turismo, también para la biodiversidad. Cuando una manta de algas coloniza la superficie, reduce la entrada de luz al fondo, comprometiendo a las comunidades que necesitan radiación para prosperar. Por eso, reconducir este residuo hacia un aprovechamiento útil tiene sentido ambiental, económico y social.
Otros usos de los arribazones y economía azul
No todo se limita a los hongos. De hecho, la valorización de algas y plantas marinas abre abanico en múltiples sectores. En el Mediterráneo, donde Posidonia oceanica compone buena parte de los restos, la retirada masiva por motivos estéticos acaba siendo cara y ambientalmente discutible. El enfoque alternativo pasa por integrarlos en cadenas de valor sostenibles.
- En alimentación y agricultura, las algas se transforman en biofertilizantes ricos en nutrientes esenciales. Además, especies como Rugulopterix okamurae han mostrado potencial culinario por su marcado sabor umami, lo que invita a explorar su empleo como ingrediente sostenible.
- Para cosmética y farmacia, determinadas algas concentran compuestos antioxidantes y antiinflamatorios de interés para formulaciones avanzadas, desde cremas hasta suplementos funcionales.
- En energía, los arribazones pueden convertirse en biogás mediante digestión anaerobia o en biomasa, reduciendo la dependencia de combustibles fósiles y aprovechando residuos que, de otro modo, acabarían en vertedero.
- En gestión ambiental, la capacidad de absorber metales pesados y otros contaminantes permite plantear proyectos de biorremediación acuática. Además, ya se explora su uso como materia prima para materiales biodegradables como bolsas compostables y envases.
Este cambio de mentalidad no es nuevo. Iniciativas como Ruguplas, que investigó el salto de algas a bioplásticos para el sector pesquero, abrieron camino mostrando que existe mercado para este tipo de materias. Algarikón recoge ese testigo, pero centrado en el triángulo setas-alimentación-energía, con un método que exprime el residuo hasta su última utilidad.
Impacto regional, premios y próximos pasos
El impacto potencial en Murcia y su entorno es notable. Para empezar, convertir un gasto recurrente en una fuente de recursos supone aliviar arcas públicas y crear actividad económica. Cada tonelada de algas reconducida al circuito del valor resta costes de transporte y vertedero, y suma oportunidades en forma de empleo y nuevas líneas de negocio.
La empresa Algarikon Mar Menor, a través de su proyecto Algarikon Zero, ha sido reconocida con el premio Mares Circulares de la Asociación Chelonia y Coca-Cola Europacific Partners por su carácter innovador. Este impulso permite dar dos pasos adicionales: reintroducir el digestato tras la metanización como complemento del cultivo de setas y emplearlo como biofertilizante para lechuga, fortaleciendo así el cierre de ciclo.
Otra pata en desarrollo es el uso de lodos de fondo del Mar Menor para iniciar procesos anaerobios que lleven a biometano. Se trata de explorar si esa biomasa específica puede actuar como material biológico de partida, acelerando y estabilizando la digestión para producir gas con buena eficiencia.
El campo de Cartagena y los invernaderos de la zona aparecen como escenarios naturales para los ensayos a escala piloto. Si el sustrato hortícola derivado de algas funciona al nivel esperado, puede reducir la presión sobre sustratos convencionales e introducir criterios de circularidad directamente en la base productiva local.
En La Rioja, la madurez del sector del champiñón facilita validar el rendimiento del sustrato en una industria profesionalizada. El acompañamiento del CTICH es clave para comparar parámetros de productividad, calidad de la seta, tiempos de colonización y comportamiento frente a contaminantes o patógenos.
Cronología y evidencias del proyecto
La semilla científica germinó a finales del verano de 2021, cuando la investigadora Cristina Soler inoculó micelios de distintos hongos comestibles en una muestra de algas degradadas. Los cultivos prosperaron y formaron primordios, señal inequívoca de que el material era colonizable y tenía potencial como sustrato.
En diciembre de 2022 se intensificó la recogida de muestras en el Mar Menor. Desde entonces, los residuos se han sometido a extracciones de compuestos de interés (PUFAs, polisacáridos, enzimas, saborizantes) con tecnologías respetuosas con el entorno, a la vez que se evaluaban propiedades biológicas relevantes para su posterior aplicación en alimentos y agricultura.
Paralelamente, se han probado los extractos como bioestimulantes y biofertilizantes, y se ha estudiado su efecto como enmiendas orgánicas en suelos problemáticos. En invernadero, la lechuga ha servido para observar respuestas agronómicas concretas, desde el enraizamiento hasta la productividad final, comparando con testigos y controles.
La última fase del método, la digestión anaerobia para generar metano, se ha puesto a prueba para medir eficiencia energética. Con esos datos, el equipo ha podido estimar balances entre lo que se obtiene como ingredientes alimentarios, lo que rinde en el campo y lo que produce energía, con el objetivo de optimizar el orden y la intensidad de cada etapa de valorización.
Todo el proceso ha sido posible gracias a un equipo multidisciplinar: desde la Sección Departamental de Ciencias de la Alimentación de la UAM hasta el Departamento de Química Agrícola y Bromatología y el de Geología y Geoquímica; el CTICH en La Rioja, el CIEMAT y el grupo de horticultura del IMIDA en Murcia. Esa coordinación ha permitido unir puntos entre ciencias de los alimentos, microbiología, agronomía, energía y medio ambiente.
En palabras del IMIDA, de los cinco grandes resultados alcanzados, tres impactan directamente en agricultura: sustrato para champiñón, sustrato hortícola para invernadero y enmiendas orgánicas para suelos degradados. Los otros logros se alinean con la industria alimentaria y la energía, consolidando un enfoque que extrae valor de cada fracción del residuo.
Mirando adelante, el desafío es la escalabilidad: cerrar acuerdos de suministro estable de algas, diseñar líneas de procesado eficientes y adaptar la logística para que el coste por tonelada tratada sea competitivo. El hecho de que ya existan pilotos y reconocimientos facilita el camino, pero la clave estará en el ajuste fino entre calidad de sustrato, rendimiento de setas, extracción de compuestos y generación de biogás.
Este recorrido de «algas a hongos comestibles» apunta a un cambio cultural: de ver los arribazones como residuo molesto a percibirlos como materia prima. Aun con matices por resolver, el mapa técnico y las primeras pruebas sostienen la viabilidad de un modelo que, si se consolida, descargará costes públicos, abrirá negocios verdes y contribuirá a aliviar la presión ecológica sobre el Mar Menor y su entorno.
