- Menos de un tercio de las escuelas públicas evalúa la salud mental de los estudiantes.
- Factores como las redes sociales y la pandemia han incrementado la ansiedad juvenil.
- La falta de recursos y la sobrecarga laboral dificultan la detección temprana.
- Las políticas y la colaboración entre instituciones son esenciales para mejorar la atención.

La ansiedad en estudiantes se ha convertido en una de las principales preocupaciones dentro del ámbito educativo y sanitario en los últimos años. A pesar de la creciente evidencia de que los problemas de salud mental afectan de forma significativa al rendimiento académico y al bienestar de los adolescentes, los mecanismos de detección temprana en los centros escolares son todavía insuficientes y presentan importantes desafíos.
Diversos informes y estudios revelan que menos del 33% de las escuelas públicas de Estados Unidos realizan evaluaciones sistemáticas para detectar problemas psicológicos entre su alumnado. Estos datos se mantienen años después de que las autoridades sanitarias nacionales advirtieran sobre el agravamiento de la crisis de salud mental juvenil, impulsada por factores como la pandemia de COVID-19, el uso intensivo de redes sociales, el acoso escolar y la falta de entornos seguros.
Barreras y dificultades en la detección de la ansiedad escolar

Un reciente estudio desarrollado por investigadores de RAND destaca que solo alrededor del 31% de los directores reconoce que su centro lleva a cabo pruebas de detección de problemas de salud mental. Según Jonathan Cantor, uno de los responsables del informe, las principales barreras se relacionan con la escasez de recursos, la falta de formación sobre herramientas de evaluación y el miedo a aumentar la carga de trabajo del personal docente.
Para elaborar este análisis, se encuestó a más de mil directores de escuelas públicas estadounidenses, resultando que el 40% de ellos considera complicado garantizar la atención adecuada cuando se identifican estudiantes con signos de ansiedad o depresión. Otro aspecto destacado es que solo un 53% de los centros puede derivar fácilmente a los casos detectados a especialistas externos, lo que contribuye a que muchos problemas no reciban la respuesta necesaria.
En los pocos colegios donde sí existen programas de cribado, la comunicación con las familias es habitual: casi el 80% notifica a los padres o tutores si algún menor presenta síntomas compatibles con ansiedad o depresión. Asimismo, más del 70% ofrece alguna modalidad de tratamiento presencial o apoyo psicológico en el propio centro, aunque la falta de personal cualificado sigue siendo un obstáculo frecuente, sobre todo en zonas rurales.
Factores de riesgo y cambios socioculturales
El aumento de la ansiedad en adolescentes no se explica solo por cambios individuales, sino también por transformaciones socioculturales. Diversos expertos apuntan a la influencia de la exposición continuada a dispositivos electrónicos, la presión académica o el acceso masivo a contenidos sobre salud mental a través de redes como TikTok o Instagram. Aunque la divulgación ha ayudado a identificar y normalizar ciertos problemas, también existe el riesgo de banalizar síntomas graves y tratar problemas de ansiedad desde un enfoque superficial y poco individualizado.
Los datos a nivel nacional respaldan esta tendencia: en España, investigaciones recientes constatan un aumento significativo de ingresos hospitalarios por ansiedad y depresión en adolescentes, con una especial incidencia en chicas de entre 14 y 17 años. Los especialistas advierten sobre la importancia de la detección precoz y la necesidad de crear espacios de escucha en los centros educativos para evitar que la sintomatología pase desapercibida o se complique con el tiempo.
Un desafío añadido es la desigualdad territorial. Tanto en ciudades como en ámbitos rurales, la falta de profesionales de salud mental y la dispersión de recursos hacen que muchos jóvenes no encuentren el apoyo necesario. Según entidades especializadas, más del 40% de los adolescentes ha experimentado algún problema emocional en el último año, pero la mayoría no solicita ayuda, en parte porque no sabe a qué servicios dirigirse o porque la oferta pública es insuficiente.
Acciones institucionales y propuestas de mejora
Frente a este panorama, distintas administraciones empiezan a poner en marcha iniciativas para reforzar la detección de la ansiedad y otros trastornos mentales en la población escolar. En varias comunidades autónomas se han creado unidades técnicas y programas específicos dentro de las consejerías de Sanidad y Educación, al tiempo que se establecen alianzas con colegios profesionales de Psicología para mejorar el acompañamiento en los centros.
Las propuestas de los expertos incluyen impulsar la financiación pública de las pruebas de cribado, ampliar las plantillas de personal especializado y facilitar la derivación a recursos externos cuando se detectan situaciones de riesgo. Además, la colaboración con tecnologías avanzadas puede ser clave en la mejora de la detección temprana.
Es fundamental seguir avanzando en la mejora de los mecanismos de detección, ya que resulta crucial garantizar que los estudiantes reciban la ayuda que necesitan a tiempo. La colaboración entre instituciones, profesionales y familias debe fortalecerse para afrontar esta problemática compleja y creciente.
