Huella microbiana en diagnóstico de cáncer: pruebas que ya cambian la detección

Última actualización: octubre 19, 2025
  • El cáncer colorrectal muestra firmas microbianas únicas detectables por WGS y metagenómica en heces con alta precisión.
  • Las modificaciones del ARNr (huella epitranscriptómica) leídas por nanoporos permiten clasificar tumores tempranos con muy poco material.
  • Modelos organ-on-chip y GC-MS revelan perfiles de COV específicos por tumor; el micobioma aporta señales pronósticas como Candida en GI.
  • La toxina colibactina deja huellas mutacionales vinculadas al cáncer colorrectal de inicio temprano, clave para prevención y cribado.

Huella microbiana y diagnóstico de cáncer

La relación entre nuestros microbios y el cáncer ha pasado de ser una intuición a convertirse en una herramienta diagnóstica tangible. Hoy sabemos que los tumores pueden exhibir una huella microbiana, fúngica y molecular que los delata, y que esa firma se puede leer a partir de muestras de tejido, sangre o incluso heces para detectar la enfermedad con gran precisión y antes de que se complique.

En los últimos años han irrumpido tecnologías como la secuenciación del genoma completo (WGS), la metagenómica intestinal, la secuenciación directa de ARN por nanoporos y la química analítica de compuestos volátiles, que juntas dibujan un mapa cada vez más nítido del tumor. La idea central es simple y poderosa: cada tumor deja un rastro específico de microorganismos, modificaciones del ARN y metabolitos que puede explotarse para diagnóstico, pronóstico y medicina de precisión.

¿Qué es la huella microbiana y por qué puede diagnosticar cáncer?

Cuando hablamos de huella microbiana nos referimos a un conjunto de señales medibles que incluyen ADN de bacterias y virus, fragmentos de ADN/ARN fúngico, patrones moleculares del propio huésped (por ejemplo, marcas químicas en el ARN ribosómico) y metabolitos que el tumor libera al entorno. Esta “firma” es tan característica que, en algunos tumores, permite distinguirlos de otros con una exactitud sorprendentemente alta.

Estas huellas no se limitan a microorganismos; también abarcan cambios sutiles del propio sistema celular. Un ejemplo llamativo es la llamada huella epitranscriptómica, un patrón de modificaciones químicas en el ARN ribosómico (ARNr) que varía por tejido, estado de desarrollo y enfermedad. Que el 95% del ARN celular sea ARNr lo convierte en una diana privilegiada para detectar alteraciones ligadas al cáncer.

La lectura de esta información requiere tecnologías complementarias. Con WGS se puede separar el ADN humano del microbiano y relacionarlo con la clínica; con metagenómica en heces se identifica qué bacterias abundan o desaparecen; con nanoporos se observan directamente las modificaciones de ARNr tal y como ocurren en la célula; y con cromatografía de gases–espectrometría de masas (GC-MS) se capturan compuestos orgánicos volátiles (COV) emitidos por el tumor.

La clave práctica es que muchas de estas señales se pueden detectar con procedimientos poco invasivos: desde heces o sangre hasta pequeñas cantidades de tejido, e incluso con dispositivos portátiles capaces de dar respuestas en pocas horas. Esa combinación de precisión y accesibilidad es la que está acelerando el salto a la clínica.

Además, varios trabajos recientes han señalado que estas firmas no solo ayudan a diagnosticar, sino también a anticipar la evolución. En sarcomas, por ejemplo, se han identificado bacterias asociadas con mejor o peor supervivencia, lo que sugiere un valor pronóstico de los microbios en estrategias terapéuticas personalizadas.

Microbioma tumoral y técnicas diagnósticas

Evidencia en cáncer colorrectal: del tumor al laboratorio y al baño

Un análisis internacional liderado desde Norwich examinó secuencias de ADN de 11.735 muestras de 22 tipos tumorales, con más de 9.000 pacientes de Genomics England. Tras filtrar el material genético humano, se analizó el ADN microbiano y se cruzó con los datos clínicos. El resultado fue contundente: solo los tumores colorrectales mostraron de forma consistente firmas microbianas únicas y repetibles, lo bastante específicas como para distinguirlos de otros tumores con gran precisión.

El mismo enfoque de WGS demostró utilidad añadida, como la detección precisa del VPH en tumores orales y la identificación de virus raros oncogénicos como HTLV-1 que podrían pasar desapercibidos. Todo ello refuerza el valor de un perfil genómico amplio que, sin costes excesivos adicionales, incorpore análisis microbianos con impacto real en toma de decisiones clínicas.

Este trabajo no se quedó en la descripción estática; también se desarrollaron herramientas computacionales para entender cómo interactúan los microbios con cada tipo de cáncer, y se documentó que en sarcomas determinadas bacterias se asocian a mejores o peores desenlaces. Dicho conocimiento puede orientar la intensificación de tratamientos o la vigilancia temprana de recaídas.

En paralelo, un equipo de Trento aplicó metagenómica en heces para cribado. Descubrieron que un conjunto de en torno a una docena de especies bacterianas aparece con mayor frecuencia en personas con cáncer colorrectal. Destacan nombres conocidos como Fusobacterium nucleatum, y otras como Parvimonas micra, Gemella morbillorum o Peptostreptococcus stomatis. Lo llamativo no es solo quién está presente, sino dónde: algunas son habituales en la boca de personas sanas, pero su señal en heces se asocia con la enfermedad colorrectal.

Esa firma metagenómica alcanzó cerca del 90% de precisión para diferenciar individuos sanos de pacientes, y su abundancia se correlacionó con el estadio tumoral y la localización anatómica. El uso de marcos de aprendizaje automático para interpretar patrones complejos del microbioma permitió convertir esta huella en un clasificador robusto que podría reducir colonoscopias innecesarias al priorizar a quienes realmente las necesitan.

Huellas epitranscriptómicas en el ribosoma: nanoporos y detección precoz

El Centro de Regulación Genómica de Barcelona se centró en el ribosoma, la gran fábrica de proteínas de nuestras células. Lejos de ser idénticos por todo el cuerpo, los ribosomas muestran pequeñas modificaciones químicas del ARNr que cambian por tejido, desarrollo y enfermedad. Esa “huella epitranscriptómica” permite incluso inferir el origen tisular de una célula.

Analizando múltiples tejidos humanos y de ratón, el equipo encontró que cada tejido exhibe un patrón distintivo de modificaciones de ARNr. En muestras de pacientes con cáncer, especialmente de pulmón y testículo, las células tumorales aparecieron “hipomodificadas”: habían perdido parte de esas marcas químicas. Esa diferencia sutil pero informativa se convirtió en un biomarcador de alto rendimiento.

Con secuenciación directa de ARN por nanoporos —que lee las moléculas de ARNr con sus modificaciones in situ— se entrenó un algoritmo capaz de clasificar muestras de pulmón estadio I/II casi a la perfección. Bastaron cerca de 250 moléculas de ARN por muestra para separar tejido sano de tumoral, algo que abre la puerta a pruebas rápidas con cantidades mínimas de material y dispositivos que caben en la mano.

La gran ventaja de los nanoporos es que no “borran” la información epitranscriptómica durante la preparación de la muestra. Antes, muchas técnicas eliminaban estas marcas por protocolo, y el ARNr se descartaba por considerarse redundante. Ahora ese “ruido” se ha revelado como una mina de información diagnóstica, con potencial para trasladarse a biopsias líquidas si se logran capturar señales en ARN circulante.

Queda camino por recorrer: hacen falta cohortes más amplias y diversas, y comprender por qué cambian estas modificaciones en el cáncer. Si se identifican los mecanismos que las regulan, podrían abordarse terapéuticamente o usarse para refinar la estratificación de pacientes en ensayos clínicos.

El olfato químico del tumor: biomarcadores volátiles con organ-on-chip

Otra ruta de diagnóstico no invasivo viene del olfato químico del tumor. En Zaragoza, grupos del I3A y el IIS Aragón crearon un dispositivo organ-on-chip para recrear in vitro el microambiente isquémico de tumores sólidos y aislar los compuestos que secretan. Con GC-MS, identificaron hasta 32 compuestos orgánicos volátiles (COV) agrupados en familias como alcanos, alcoholes, fenoles, compuestos nitrogenados, aldehídos y ésteres.

Los perfiles de volátiles permitieron diferenciar de forma clara entre tipos tumorales: cada uno secretaba una huella única de COV. Se trabajó con modelos de glioblastoma y cáncer colorrectal, confirmando que, a medida que el tumor genera un microentorno complejo, aparecen cambios metabólicos específicos reconocibles en la mezcla de compuestos liberados.

Los COV son atractivos para “biopsias líquidas” porque acaban en fluidos como sangre, aliento, orina o incluso la piel. Sin embargo, distinguir la señal tumoral del ruido de tejidos sanos y del ambiente no es trivial. Por eso, disponer de modelos preclínicos que imiten fielmente el microambiente tumoral resulta esencial para inducir las rutas metabólicas correctas y calibrar la lectura analítica.

Este avance ilustra un posible circuito de validación: del chip al laboratorio, y del laboratorio a estudios en pacientes, con el objetivo de consolidar paneles de COV que permitan una detección más temprana y menos invasiva en cánceres de difícil acceso como ciertos tumores cerebrales.

Además de identificar nuevas dianas diagnósticas, estos modelos ayudan a desentrañar cómo el entorno tumoral moldea el metabolismo y puede sugerir vías terapéuticas al afectar rutas bioquímicas internas del cáncer.

Micobioma tumoral: la firma fúngica que no esperábamos

Durante años se habló del microbioma tumoral en clave bacteriana, pero dos grandes estudios revelaron el papel de los hongos. Analizando más de 17.000 muestras de sangre y tejido, se describieron micobiomas específicos por tipo de cáncer. La sorpresa no fue solo su presencia, sino su posible utilidad clínica.

En cáncer de pulmón, un género como Blastomyces se detectó de manera destacada en tumores, mientras que en mama llamó la atención la abundancia de Malassezia. En el terreno gastrointestinal, las especies de Candida se asociaron con mayor presencia en tumores colorrectales y, crucialmente, con tasas elevadas de metástasis cuando había mucho hongo vivo en los tejidos.

Más aún, se hallaron rastros de ADN de las mismas especies de Candida en sangre periférica, lo que sugiere que podríamos medir esa señal como un indicador de diseminación. La posibilidad de un análisis sanguíneo que anticipe metástasis a partir de ADN fúngico circulante sería un cambio de juego en el seguimiento de pacientes.

¿Impulsan los hongos el crecimiento tumoral o son oportunistas que prosperan en ese entorno? Aún no hay respuesta definitiva. Pero, incluso sin causalidad, la huella fúngica ya perfila pruebas pronósticas y de cribado con gran potencial, siempre que se validen y estandaricen.

Estas observaciones encajan con hallazgos previos en bacterias intratumorales que modulaban la respuesta a quimioterapia. En conjunto, subrayan que comprender las poblaciones microbianas del cáncer no es un lujo exploratorio, sino una necesidad clínica.

La marca bacteriana en el ADN: colibactina y cáncer colorrectal de aparición temprana

Otra línea de evidencia conecta directamente el daño microbiano con mutaciones del cáncer. Ciertas cepas de Escherichia coli producen una toxina, la colibactina, capaz de dañar el ADN del colon dejando un patrón mutacional característico. Al estudiar casi mil tumores de once países, se identificaron dos firmas mutacionales ligadas a esta toxina (ID18 y SBS88) mucho más frecuentes en pacientes diagnosticados antes de los 40 años que en mayores de 70.

Esa desproporción —en torno a 3,3 veces— coloca la colibactina en la primera línea de sospecha del cáncer colorrectal temprano. Incluso se detectó su huella en mutaciones de genes clave como APC, uno de los interruptores que suelen iniciar estos tumores. La implicación es inquietante: la exposición podría producirse en la infancia y acompañarnos en silencio durante décadas.

Este hallazgo encaja con el incremento sostenido de cáncer colorrectal en menores de 50 años ya documentado en más de veinte países. Muchas de estas personas no presentan factores de riesgo clásicos ni antecedentes familiares, lo que sugiere que la interacción entre microbiota, dieta, ambiente o predisposición podría favorecer la colonización por cepas productoras de colibactina en edades tempranas.

¿Podemos prevenir esa exposición? ¿Tiene sentido desarrollar test en heces que detecten la firma mutacional asociada a colibactina o tratar de modular la microbiota con probióticos que desplacen cepas dañinas? Son preguntas abiertas que ya marcan la agenda de investigación para transformar un marcador etiológico en una estrategia de prevención y cribado.

Más allá del colon, esta forma de leer “cicatrices mutacionales” se ha aplicado a tóxicos ambientales, tabaco o radiación UV. Ahora, añadir la huella bacteriana al repertorio abre un nuevo mapa del cáncer que combina genética, microbioma y contexto vital desde los primeros años de vida.

De la prueba a la clínica: integración, validación y uso responsable

Que WGS, metagenómica, nanoporos y GC-MS estén listos técnicamente no significa que ya estén integrados en rutina. Hacen falta paneles estandarizados, controles de calidad, criterios de interpretación y algoritmos transparentes y validados en poblaciones diversas para evitar sesgos.

En hospitales donde ya se practica WGS, incorporar el análisis de ADN microbiano añade poco coste y puede ofrecer valor inmediato (detección de VPH, HTLV-1, firmas asociadas a pronóstico). La metagenómica en heces podría priorizar colonoscopias, y las lecturas epitranscriptómicas apuntan a cribados de alta precisión con muestras mínimas. Los COV, por su parte, requieren definir matrices de referencia y robustez frente a interferencias ambientales.

La combinación de señales es, probablemente, el camino más sólido: un enfoque multimodal que integre huella microbiana, epitranscriptómica, COV y firmas mutacionales puede elevar sensibilidad y especificidad sin disparar los costes si se usan itinerarios diagnósticos escalonados (primero cribado barato, luego confirmación específica).

También hay cuestiones regulatorias y éticas: asegurar privacidad de datos, gobernanza del uso de algoritmos, acceso equitativo a las pruebas y evitar sobre-diagnóstico. La colaboración entre investigadores, clínicos, laboratorios y agencias es esencial para desplegar estas tecnologías con beneficio real para el paciente.

Conviene recordar que parte de estos avances se comunican con licencias abiertas, lo que acelera su impacto. Algunas publicaciones y materiales han sido difundidos bajo Creative Commons, facilitando la reutilización responsable y la rápida validación por equipos independientes.

Todo apunta a un cambio de paradigma: del “ver” el tumor cuando ya da la cara, a “oír” sus señales moleculares y microbianas cuando aún es pequeño. Esa posibilidad no solo mejora el diagnóstico, también ayuda a afinar tratamientos y a comprender cómo el entorno biológico del tumor influye en su agresividad y respuesta a terapias.

Mirando el conjunto —las firmas bacterianas del cáncer colorrectal, las señales fúngicas asociadas a metástasis, la lectura de modificaciones de ARNr con nanoporos, y el perfume químico de los COV— emerge una certeza: los tumores dejan rastros que podemos medir con creciente precisión. Si consolidamos validaciones amplias y protocolos claros, estas huellas permitirán detectar antes, clasificar mejor y tratar con más acierto, llevando la medicina de precisión desde el laboratorio hasta la consulta con una ambición muy pragmática: ganar tiempo y calidad de vida.