Microplásticos: cómo llegan a tu plato y qué dice la ciencia

Última actualización: octubre 5, 2025
  • La exposición alimentaria y doméstica a microplásticos es constante: agua, envases, utensilios y calor los multiplican.
  • La investigación apunta a riesgos para la salud, con indicios de inflamación, daño celular y efectos sobre el tejido óseo.
  • Estudios recientes asocian microplásticos con alteraciones en hueso y médula; se detectan también en órganos humanos.
  • Progresan soluciones tecnológicas y regulatorias (captura magnética, nuevas normas en la UE y planes nacionales) para reducir la exposición.

Microplásticos en el medio ambiente

Invisibles a simple vista pero omnipresentes, estas partículas diminutas de plástico circulan por el aire interior, el agua y los alimentos hasta terminar en nuestros hogares y, en ocasiones, en el organismo. De menos de 5 milímetros e incluso a escala nanométrica, están presentes desde la cocina hasta ecosistemas remotos.

Un creciente cuerpo de evidencia científica describe cómo se dispersan, cuánto duran y dónde se acumulan, con equipos en California cartografiando su viaje marino y otros laboratorios analizando su impacto en la salud humana. Se estima que hay cientos de billones de partículas en el planeta, pero aún quedan preguntas clave por resolver.

Cómo entran en la dieta: de la granja a la cocina

Microplásticos y alimentos

Frutas, verduras, miel, pan, lácteos, pescado y carnes pueden contener microplásticos, tanto por absorción en cultivos como por contaminación durante el procesado. Un estudio de 2021 informó de cargas elevadas en manzana y pera (del orden de ~195.500 y ~189.500 partículas por gramo, respectivamente), lo que evidencia su entrada por vías agrícolas y de poscosecha.

En cereales, el arroz ilustra bien el problema: en condiciones domésticas se han medido de 3–4 mg por ración y, en versiones precocinadas, hasta alrededor de 13 mg. Lavar el grano antes de cocerlo puede recortar entre un 20% y un 40% la carga de partículas, una reducción apreciable pero que no las elimina por completo.

La sal comercial también es un vector: en un análisis clásico, 36 de 39 marcas presentaron microplásticos, con la sal marina destacando por su mayor exposición a aguas contaminadas. Esta presencia refleja la extensión del problema en lagos, ríos y océanos.

En el agua, el origen no garantiza ausencia de partículas: abastecimientos de grifo y embotellada han mostrado niveles comparables en diversos países. Incluso el gesto de desenroscar la tapa puede sumar contaminación: se han cuantificado en torno a 553 partículas por litro por cada apertura. Instalar un filtro doméstico de carbón activo ayuda a reducir hasta aproximadamente el 90%.

Pequeños detalles importan: determinadas bolsitas de té con sellados plásticos pueden liberar alrededor de 11.600 millones de microplásticos y 3.100 millones de nanoplásticos por taza, una cifra llamativa que invita a revisar hábitos de preparación.

Envases, utensilios y calor: fuentes invisibles en casa

A lo largo de la cadena de consumo, los envases son una pieza clave. Al abrir plásticos (cortar, rasgar o girar tapas) se generan hasta unos 250 microplásticos por centímetro de material. La antigüedad del recipiente influye: cuencos de melamina liberan mucho más tras decenas de lavados. Y los contenedores para llevar pueden aportar, según hábitos, del orden de 145 a 5.520 partículas al mes.

En la preparación, las tablas de cortar de polietileno o polipropileno desprenden partículas en cada incisión (entre 100 y 300 por milímetro de corte en pruebas puntuales) y se han estimado pérdidas anuales de 7,4 a 50,7 g para ciertos modelos. El estilo de corte y el tipo de tabla marcan grandes diferencias.

Esas fibras acaban a veces en la comida: se detectaron microplásticos en carnes tras picado sobre tablas plásticas, que se funden al cocinar y se re-solidifican al enfriar. Un tablero de carnicero llegó a perder unos 875 g de material al final de su vida útil; lavar la carne reduce la carga, pero no la borra.

Los recubrimientos antiadherentes pueden soltar desde miles hasta millones de partículas por uso, incluso siendo nuevos; y batidoras o vasos plásticos liberan microplásticos con cada preparación (p. ej., triturar hielo 30 s puede aportar cientos de miles). La silicona, aunque más estable, no es una solución perfecta; vidrio y acero son alternativas más inertes para contacto con alimentos.

El calor acelera el problema: calentar recipientes plásticos en microondas durante tres minutos liberó hasta unos 4,22 millones de microplásticos y 2.110 millones de nanoplásticos por centímetro cuadrado de superficie en un estudio. Incluso en frío (refrigeración), la liberación existe a más largo plazo. Con bebidas calientes en vasos desechables también se observa mayor desprendimiento y daño superficial frente a contenido frío.

En la limpieza, las esponjas de cocina de plástico liberan hasta unos 6,5 millones de partículas por gramo al degradarse, y detergentes o abrasivos incrementan el desprendimiento. Los textiles sintéticos en general figuran entre las principales fuentes de microplásticos al medio.

Qué dice la ciencia sobre efectos en el organismo

Las partículas han sido halladas en sangre, placenta, leche materna y también en amígdalas infantiles. Equipos médicos e ingenieriles están afinando técnicas rápidas y no invasivas basadas en espectroscopía Raman para identificar micro y nanoplásticos en alimentos, agua y tejidos, con la meta de cuantificar carga y correlacionarla con indicadores de salud.

En el mar, la llamada “nieve” biológica transporta partículas a aguas profundas, ayudando a explicar por qué se observa tan poca fracción flotando en superficie. Esta dinámica afecta al ciclo del carbono. A nivel trófico, grandes cetáceos pueden ingerir hasta unos 10 millones de fragmentos diarios al alimentarse por filtración.

Sobre salud humana, los indicios recurrentes apuntan a inflamación, estrés oxidativo, alteraciones de la viabilidad y diferenciación celular, y a la capacidad de actuar como vectores de compuestos químicos. Aún así, persisten lagunas importantes sobre dosis, permanencia y efectos clínicos a largo plazo.

Huesos y médula: un foco emergente

Una revisión publicada en Osteoporosis International (62 estudios en modelos celulares y animales) señala que los microplásticos favorecen la formación de osteoclastos (células que degradan hueso), reducen la viabilidad celular, alteran la expresión génica y desencadenan respuestas inflamatorias. El resultado es un desajuste entre destrucción y regeneración ósea.

En experimentación animal se observaron cambios en la microestructura del hueso, agrupamientos celulares irregulares y hasta interrupción del crecimiento esquelético. Investigadores brasileños advierten, además, de la posible penetración en médula ósea, lo que abre vías de investigación sobre su implicación en el aumento global de fracturas por fragilidad.

Medidas y respuestas: de la casa a las políticas públicas

La recomendación más eficaz es reducir el plástico de un solo uso, especialmente en contacto con comida y bebida: no calentar en plástico, usar vidrio o acero, cambiar utensilios dañados, filtrar el agua cuando sea posible, enjuagar el arroz y priorizar alimentos frescos frente a ultraprocesados. Sustituir de golpe toda la cocina no es necesario ni siempre ecológico: conviene renovar lo más deteriorado primero.

Desde la innovación, una empresa española desarrolla una captura magnética de microplásticos: un agente se agrega al flujo de agua y aglomera partículas, que luego se separan con un imán; una solución salina permite recuperar el captador y reutilizarlo. La tecnología, nacida de una patente universitaria, avanza en pilotos con operadores de agua y ofrece medición en miligramos por litro.

En el frente normativo, la Unión Europea ha perfilado un reglamento para prevenir pérdidas de granza de plástico (pellets) a lo largo de la cadena: planes de gestión de riesgos, formación, obligaciones de limpieza, requisitos para el transporte marítimo y certificación para operadores que manejan más de 1.500 toneladas anuales; se prevé aplicación general dos años tras su entrada en vigor. La pérdida de pellets es la tercera fuente no intencionada de microplásticos en la UE, tras pinturas y neumáticos.

Brasil, por su parte, ha lanzado el programa “Océano Libre de Plástico” con un enfoque de la fuente al mar: prohibición de microplásticos añadidos intencionalmente en cosmética e higiene, sustitución gradual del plástico de un solo uso e impulso a la economía circular. El país, que vierte alrededor de 1,3 millones de toneladas de residuos plásticos al mar cada año según estimaciones, busca metas hasta 2030 y la inclusión socio-productiva de recicladores.

Todo apunta a que los microplásticos siguen una ruta compleja desde envases y utensilios hasta nuestros alimentos, con evidencias crecientes de efectos biológicos —incluido el tejido óseo—; mientras la investigación afina la medición y la comprensión de riesgos, ganan peso las medidas domésticas, las soluciones tecnológicas y los marcos regulatorios para contener la exposición.

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