- Los biomarcadores en sangre ya permiten estimar riesgo, severidad y diferenciar esquizofrenia de trastorno bipolar con alta precisión.
- Destacan paneles de expresión de 18 genes, el ácido polisiálico por ELISA y firmas epigenéticas validadas en cohortes.
- La evidencia apoya intervención más temprana, mejor ajuste de fármacos y menor subjetividad frente a escalas clínicas tradicionales.
- Faltan validaciones regulatorias y longitudinales; por ahora complementan, no sustituyen, la evaluación clínica.

Hablar de psicosis y esquizofrenia es hablar de uno de los retos clínicos más complejos de la psiquiatría moderna, porque los primeros brotes suelen irrumpir en la adultez temprana, justo cuando despegan los estudios, el trabajo y la vida social. En ese contexto, sabemos que el estrés y el consumo de sustancias —incluida la marihuana— pueden actuar como desencadenantes en personas con vulnerabilidad biológica. Cuando no se interviene a tiempo, se acumula un daño no solo biológico, sino también social y psicológico, algo que las familias perciben de inmediato. Por eso están cobrando tanto interés las nuevas aproximaciones que miden señales en sangre para estimar la gravedad actual, el riesgo futuro y, lo más interesante, orientar tratamientos en función de la biología individual.
De entrada conviene poner sobre la mesa por qué este tema genera tanta expectación: durante décadas, los diagnósticos han dependido de entrevistas clínicas y escalas que, pese a ser rigurosas, arrastran un grado de subjetividad y requieren observación prolongada. Diferenciar esquizofrenia y trastorno bipolar puede tardar más de uno a tres años, con tasas de error históricamente altas (en torno al 50% en esquizofrenia y hasta el 70% en bipolaridad). Es normal que pacientes y familias pidan pruebas más objetivas. La buena noticia es que varios equipos han identificado biomarcadores sanguíneos —desde expresión génica a glicanos o patrones epigenéticos— que ya muestran utilidad para discriminar trastornos, anticipar brotes y ajustar fármacos.
¿Por qué es tan importante diferenciar esquizofrenia y trastorno bipolar?
La superposición de síntomas —alucinaciones, delirios, episodios de ánimo alterado— complica las cosas y retrasa decisiones terapéuticas clave. Un diagnóstico certero desde el principio reduce hospitalizaciones, previene efectos adversos y mejora la funcionalidad. Hasta ahora, se dependía de la evolución temporal y de la respuesta a antipsicóticos o estabilizadores del ánimo; hoy, varias propuestas de análisis de sangre apuntan a una vía más rápida y objetiva.
En esa línea destacan iniciativas privadas con potencial de impacto clínico. Una de ellas emplea un panel de biomarcadores de expresión de ARNm de 18 genes y, mediante un proceso analítico por pasos, calcula la probabilidad de que una muestra pertenezca a alguien con esquizofrenia, con trastorno bipolar o sin trastorno psiquiátrico. Los resultados reportados superan el 90% de precisión al diferenciar ambas condiciones de controles sanos en validaciones previas, y la compañía prepara ensayos de validación regulatoria para dar el salto a la práctica clínica rutinaria.

Análisis de expresión génica en sangre: del laboratorio al uso real
Un giro clave ha llegado de la mano de grupos académicos que han seguido a pacientes psiquiátricos durante más de una década. Estos equipos han identificado conjuntos de biomarcadores sanguíneos que se asocian con estados de alta intensidad de alucinaciones y delirios, y que además predicen hospitalizaciones futuras relacionadas con esos síntomas. Un valor añadido de este enfoque es que permite mapear qué biomarcadores están modulados por fármacos ya disponibles, de manera que se puede alinear a cada persona con el tratamiento más idóneo para su perfil biológico.
En publicaciones recientes, se han listado genes cuya expresión en sangre se relaciona con fenómenos psicóticos: PPP3CB, DLG1, ENPP2, ZEB2, RTN4, AUTS2, MACROD2, NR4A2, PDE4D, PDP1 y RORA, entre otros. Muchos de estos marcadores se conectan con el sistema del glutamato, un neurotransmisor excitador esencial en aprendizaje, memoria y plasticidad sináptica. Aunque la mayor parte de antipsicóticos clásicos actúan sobre la dopamina, el glutamato gana protagonismo y encaja con hallazgos de conectividad funcional alterada en el cerebro de personas con esquizofrenia descritos en la literatura reciente.
Más allá de la lista de genes, hay un dato que ha sorprendido a clínicos experimentados: los mejores biomarcadores sanguíneos han superado en capacidad predictiva a escalas clínicas estándar para evaluar alucinaciones y delirios. Esto abre la puerta a complementar la evaluación psiquiátrica con mediciones objetivas, afinando decisiones sobre qué fármaco iniciar y cuándo intensificar el seguimiento. Además, algunos de estos desarrollos se están trasladando a soluciones comerciales, con disponibilidad anunciada en el corto plazo a través de empresas que dan servicio a profesionales sanitarios.
También se ha destacado el contexto vital en el que emergen los brotes psicóticos. La irrupción en edades tempranas, junto al papel de factores precipitantes como el estrés o el consumo de cannabis, invita a intervenir pronto y de forma personalizada. Una estrategia combinada —apoyo social, tratamiento farmacológico precoz y terapia psicológica— ha demostrado beneficios cuando se implementa tras una evaluación más precisa apoyada en biomarcadores.
Paneles rápidos de 18 genes para diferenciar trastornos
Dentro del abanico de pruebas emergentes, un panel de 18 genes medidos por ARNm ha conseguido distinguir con alta fiabilidad esquizofrenia, trastorno bipolar y controles sanos. La metodología sigue un flujo de cuatro etapas hasta estimar la probabilidad de pertenencia a cada grupo, lo que se traduce en un informe claro para el clínico. La tecnología ha recibido patentes en Estados Unidos y su fundamento se remonta a un trabajo revisado por pares de 2018, donde ya se informaban precisiones entre el 88% y el 96% en cohortes independientes.
Más allá del brillo de las cifras, lo determinante será su desempeño en validaciones regladas y en la variabilidad del mundo real. La empresa detrás de esta tecnología ha manifestado que se encuentra en preparativos para ensayos de validación clínica ante la FDA y que explora su extensión a otras patologías psiquiátricas. Si estos pasos se confirman, la herramienta permitiría acortar la odisea diagnóstica que hoy puede durar años, con el consiguiente impacto en la calidad de vida, el pronóstico y los costes del sistema.
Su potencial no se limita a etiquetar diagnósticos. Un panel sanguíneo de este tipo puede integrarse en el proceso de seguimiento, ayudando a detectar cambios de estado, estimar riesgo de recaída y valorar si un ajuste terapéutico está modulando las dianas biológicas esperadas. Ese enfoque de psiquiatría de precisión va de la mano del objetivo de dar al paciente el tratamiento adecuado en el momento oportuno, con menos ensayo y error.
Ácido polisiálico en sangre: un glicano con valor diferencial
Otra línea de trabajo sumamente prometedora procede de la glicobiología. Investigadores de la Universidad de Nagoya han desarrollado un ensayo ELISA de tipo sándwich para cuantificar en sangre el ácido polisiálico, un glicano ácido con presencia destacada en regiones cerebrales relacionadas con memoria y emociones. El truco técnico es elegante: se usan dos anticuerpos, uno que se une al glicano y otro “negativo” (una variante mutada que ha perdido afinidad). Al restar la señal inespecífica del anticuerpo negativo de la señal del positivo, se obtiene una medición más fina y específica, ideal para moléculas con estructuras complejas y heterogéneas como los glicanos.
¿Qué se ha observado? Niveles significativamente aumentados de ácido polisiálico en pacientes con esquizofrenia frente a controles sanos y también frente a personas con polineuropatía desmielinizante inflamatoria crónica (CIDP). Esa diferencia sugiere especificidad útil para diagnóstico diferencial, algo fundamental cuando los síntomas se confunden entre distintos cuadros neurológicos o psiquiátricos.
Las implicaciones clínicas que se han planteado incluyen diagnóstico precoz complementario, monitorización de la respuesta a tratamientos y reducción de diagnósticos erróneos. A la vez, abre un campo de investigación sobre el papel de los glicanos en neuroinflamación, plasticidad sináptica y deterioro cognitivo, que podría aportar nuevas dianas terapéuticas en el futuro.
El equipo japonés explora además si este biomarcador podría tener valor en trastorno bipolar, autismo o ciertas demencias, donde se han descrito alteraciones de glicoproteínas. Y, de forma intrigante, se apunta a posibles conexiones con oncología, dado que determinadas células tumorales también producen ácido polisiálico, planteando dianas compartidas diagnósticas y terapéuticas.
Lo que dicen hoy las guías: aún sin un “test definitivo”
Pese al optimismo, conviene ser rigurosos: en la práctica diaria sigue sin existir una prueba sanguínea universalmente aceptada que por sí sola confirme esquizofrenia. El diagnóstico continúa siendo clínico, basado en síntomas y evolución. En paralelo, varios candidatos han llamado la atención como marcadores de interés poblacional o de riesgo, no necesariamente diagnósticos individuales.
Entre esos candidatos destacan el síndrome metabólico (combinación de perímetro de cintura elevado, dislipemia, hipertensión, etc.), el acortamiento de telómeros (segmentos al final de los cromosomas cuyo desgaste profundo se vincula a envejecimiento celular) y el aumento de la presión de pulso como indicador de rigidez arterial. Estos marcadores reflejan el impacto cardiometabólico observado con frecuencia en estos pacientes, pero no constituyen, por sí mismos, una “prueba de esquizofrenia”.
Además, se han producido avances relevantes en neuroimagen, en la identificación de predictores de recuperación a más de 10 años y en la evidencia de que el tratamiento antipsicótico temprano mejora resultados. Para transformar todo ello en herramientas clínicas de uso rutinario, hacen falta más estudios longitudinales estandarizados que permitan comparar datos entre centros y poblaciones.
Epigenética y metilación del ADN: señales que pueden preceder al diagnóstico
Otra vía potente llega de la epigenética. Usando algoritmos de aprendizaje automático, se han analizado patrones de metilación del ADN en regiones genómicas denominadas CoRSIV, lo que ha permitido construir modelos con capacidades de clasificación en torno al 80% de precisión en conjuntos de validación. Un aspecto metódicamente sólido fue controlar factores que alteran la metilación en sangre, como el tabaquismo o el uso de antipsicóticos, muy frecuentes en pacientes psiquiátricos.
Un hallazgo especialmente sugerente es que las diferencias epigenéticas detectadas parecen estar presentes antes del diagnóstico formal. Si se confirma en grandes cohortes, esto indicaría que ciertas firmas epigenéticas podrían contribuir al riesgo o ser útiles como señales tempranas. Aun así, siguen siendo aproximaciones en camino de validación clínica, no pruebas de uso asistencial generalizado.
Metabolómica por RMN: distinguir psicosis por sustancias y esquizofrenia
La frontera entre una psicosis primaria y una psicosis inducida por sustancias es clínica y éticamente crítica: el tratamiento cambia y el pronóstico también. Para abordar esa disyuntiva, investigadores de Brasil han combinado espectroscopia de resonancia magnética nuclear con quimiometría (análisis estadístico de datos químicos) para leer patrones de metabolitos en suero. Así lograron diferenciar el perfil de pacientes con esquizofrenia del de consumidores de crack, incluso cuando los biomarcadores directos de la droga ya no eran detectables por abstinencia.
El trabajo identificó al menos seis metabolitos clave y ha dado lugar a protección intelectual vía patentes, con la idea de desarrollar herramientas de soporte al diagnóstico. No obstante, los autores señalan limitaciones: no se exploró a fondo la influencia del tabaquismo, hábitos dietéticos o sedentarismo, todos ellos factores capaces de alterar el metaboloma. Antes de su traslado clínico se requieren cohortes más amplias y multicéntricas.
El atractivo de esta aproximación es doble. Primero, ayuda a evitar errores de tratamiento (por ejemplo, iniciar fármacos que no corresponden a la causa real del cuadro). Segundo, permite formular hipótesis sobre las bases moleculares de la adicción y su interacción con la fisiopatología de los trastornos psicóticos, lo que en un futuro podría traducirse en mejores estrategias de monitorización.
Qué cambia en consulta: de la subjetividad a la objetividad medible
Si integramos todas estas líneas, emergen usos prácticos claros. Las pruebas de sangre con biomarcadores permiten reducir la incertidumbre en diagnósticos complejos, priorizar a quienes requieren intervención intensiva y ajustar la elección de antipsicóticos o estabilizadores del ánimo a lo que realmente modulan en el organismo de cada persona.
- Para el clínico, significa menos ensayo y error y más datos objetivos para discutir opciones con el paciente y su familia.
- Para el paciente, puede traducirse en inicio de tratamiento más temprano, menos hospitalizaciones y mejor calidad de vida.
- Para el sistema, hay potencial de ahorro en costes a medio y largo plazo si se reduce la carga de ingresos y complicaciones.
Además, algunos equipos han evidenciado que ciertos biomarcadores funcionan mejor que escalas clínicas tradicionales al predecir intensidad de alucinaciones o delirios. Esta superioridad en predicción no invalida la entrevista clínica —imprescindible—, pero sí refuerza la idea de complementarla con lectura biológica, igual que en otras áreas de la medicina.
No hay que olvidar el contexto biopsicosocial. Aunque la farmacoterapia es un pilar, el soporte social bien articulado y la psicoterapia adecuada hacen la diferencia, sobre todo si todo ello se activa cuando los biomarcadores y la clínica señalan alto riesgo. Varios de estos proyectos cuentan con financiación pública y de instituciones sanitarias, lo que facilita que la evidencia avance con controles de calidad exigentes.
Disponibilidad, regulación y cautelas razonables
De cara a la implementación, hay dos realidades paralelas. Por un lado, algunos desarrollos prevén disponibilidad comercial a corto plazo a través de laboratorios especializados, con informes destinados a profesionales. Por otro, plataformas más disruptivas (como el panel de 18 genes) están en fases de validación regulatoria, un paso obligado para la adopción a gran escala. Entre tanto, muchos hospitales universitarios siguen generando evidencia en cohortes diversas.
La prudencia es clave. Ninguna prueba debe interpretarse de forma aislada ni sustituye a la valoración clínica. La especificidad y la sensibilidad pueden variar por población, comorbilidades y medicación concomitante. Las cifras de precisión comunicadas en publicaciones o notas de prensa deben replicarse de forma independiente, y los informes han de integrarse en protocolos que contemplen consentimiento informado, manejo de hallazgos incidentales y equidad de acceso.
En entornos como España, el despliegue será progresivo. Los servicios de psiquiatría irán incorporando estas herramientas conforme demuestren utilidad y coste-efectividad, y se establezcan circuitos claros con laboratorios de referencia. Mientras tanto, tener presentes los biomarcadores con mayor respaldo ayuda a actualizar la práctica y, sobre todo, a explicar a pacientes y familiares qué se puede esperar de estas pruebas hoy y qué probablemente podremos esperar mañana.
La idea que se impone tras revisar estas líneas de investigación es que la psiquiatría de precisión ha dejado de ser una promesa lejana: paneles de expresión génica que diferencian esquizofrenia y trastorno bipolar, ensayos de glicanos como el ácido polisiálico con valor diferencial, firmas epigenéticas que podrían anticipar riesgo y estrategias metabolómicas capaces de separar psicosis por sustancias de cuadros primarios. Con más validación y buena integración clínica, estas pruebas pueden recortar años de incertidumbre diagnóstica, orientar tratamientos de forma más fina y mejorar la vida de millones de personas y sus familias.